sábado, 28 de agosto de 2010

De Pie



…yo me muero como viví
…yo me muero como viví

Silvio Rodríguez

estructura esculpida de ausencias, erguida en ecos guturales, franqueados desde sus deslindes de hembra ajada, pulidos entre las cuchillas del reloj, la sal de sus lágrimas, de sus babas y sudor; en segundo plano del segundo piso, se acuna en bamboleo al viento, vertiendo en lenguas que no logro descifrar, sentimientos, augurios o preceptos que no logro descifrar

…la tarde pasa sin saber que Amaranta, no sabe que la tarde ha pasado sin saber

destierro los ecos del séptimo círculo del tercer pabellón, sostengo el vacío eléctrico de las angostas escaleras, dejo en mute el laberinto de roncos rumores de pacientes enredados entre espinas perversas, pétalos esquizoides, tallos psicóticos y raíces masoquistas sublimando su egocentrismo

mirar atrás es un romanticismo que la bata blanca ha extirpado de mi repertorio conductual, pero la imagen grotesca de la mujer erguida en arrullo demencial, en aquel balcón era un latido desgarrador, de una imponente reina atrapada en una jaula ósea

el balcón en evidente vacío, se ha tornado gris por la culpa; una sensación de panal en el bajp vientre en forma horizontal, acompañado de un dolor ácido desde el oído derecho que se desliza lenta y penetrante hacia la lengua, eso, que como científico me niego a llamar presentimiento, me hace hurgar visualmente el cuadro, lleno de lirios y espinas

…y ahí está ella, detenida en majestuosa verticalidad, justo bajo el balcón; con mi cuerpo aunado por un momento, inspecciono la “normalidad” de su ausencia, pero su quietud inusual me abruma de espanto y belleza

…hoy Amaranta ha muerto también físicamente

sin familia, su futuro tampoco tenía pasado, la investigación fue tan breve como fútil; después de la espera legalmente estipulada, su cuerpo es destinado a estudios y luego donado para las prácticas estudiantiles de primer año de medicina con cadáveres

a veces doy la vuelta a pesar de mi bata, para mirarla ayer, plantada al piso que arrojaba su columna como una flecha a la nada, en un punto del universo y que al mismo tiempo arrebataba su cabeza llena de gorriones a la tierra, que aún la clama

aún recuerdo a la reina que declamó un último intento de hacer indivisible cielo y tierra, pies y testa

Amaranta ha muerto

¡LA REINA HA MUERTO!

un cuadro... de un cuadro... de un cuadro



“en todo caso había solo un túnel
oscuro y solitario… el mío

Ernesto SÁbato


desde el sonido danzante de la acequia, hambreada por llegar al ventanal que parecía sostenerse de las grietas de las murallas blancas de adobe, dejando atrás el calorcito con aroma a manos de abuela, en crujidos ascendentes, para sostener el temor con los brazos abiertos y los ojos cerrados, esperando el momento que la caída abrazaría el balcón y mis pies descalzos

capturo de vuelta el salón, retablo de un ayer lejano, al lado derecho del sillón, el viejo pastor alemán me ignora en un majestuoso gesto, como posando su retrato; a la izquierda un perchero empolvando un sombrero alón en tono verde grisáceo, amenazando con tapar el dorado envejecido del cuadro oscuro, que enmarcando el rostro enajenado de aquel hombre oscuro, conforman una brutal grieta histórica en mi vertiente púrpura.

en sus grandes ojos ausentes, se contenían los verdes poblados de jardines en laberintos de rosales, destinados a matizar el código humano, trazado por el tiempo en cada uno de estos reflejos sin nombre, retrato y pincel eran parte del repertorio perturbado de la Colonia El Peral… desde sus ojos deshojaré algunas crónicas de un olvidado “Open Door”[1] de donde curiosamente, no vi a nadie salir… no íntegramente al menos…

[1] Hospital Psiquiátrico / Puerta Abierta

jueves, 26 de agosto de 2010

Diagnóstico: MILITAR



“quisiera tener memoria
… para poder olvidar”

Antonin Artaud


El murmullo verdoso invadió otra vez los pabellones del sanatorio, el tono marcial se fundió entre los rumores de las sombras que alguna vez tuvieron nombre… el doctor nuevo tenía apellido alemán, su olor a limpio en el cuerpo, a pino en el cuello y alcohol en las manos, emulaba un mundo fuera de mi mente, ojos celestes como el cielo que aún añoro, alto de estructura espigada; no se dirigía a los pacientes, como si temiera contagiarnos de su lucidez.

Nuestros uniformes ahora verde musgo, algunos con insignias y gorras, fueron el obsequio de los rezagos militares, las enfermeras dijeron que eran más resistentes y abrigadores, que –el compañero Allende”- estaba preocupado por nosotros.

En ese tiempo las rosas en pleno y los árboles frutales ostentosos, pero el aire enrarecido –ya sé… es el manicomio- pero no me refiero a los pacientes, por eso estamos aquí, si no a los de blanco: auxiliares, enfermeras, médicos… ¡los otros!

Yo los separaría según su naturaleza, por su olor, unos eran los cálidos y dulzones, como durazno maduro, pan amasado en saco harinero, o seno sacio de leche; los otros amargos y ácidos, como limón verde, café recién molido, como a trementina y tabaco.

De ahí el recorrido fue dantesco, mujeres añejas que apestaban a sangre coagulada en períodos regulares, como una nube organizada de hedor y rabia; los gritos vertiginosos en mentes abismadas a un yo sin fondo… ni forma; ayer desperté sobre el nogal, le pidieron al “grande”[1], dicen que fue boxeador, por eso está lento, que me bajara, a mi me gusta su olor fermentado, me tomó entre sus brazos uterinos, hasta que fui a dar a la silla que supura orines y excretas quemadas, rancias de pavor y excitación.

El doctor alemán parecía un suspiro mientras se impregnaba de su puro, en el vidrio se dibujó una sonrisa de poder, algunos doctores dejaron ver sus colmillos en mármol, exhibiendo una mueca, como de hienas, pero no hicieron ruido, sólo se miraron cerrando un pacto; la humedad en las mejillas de las enfermeras, se impregnó entre sus piernas que temblaron, algunas dejándose caer, en sus manos se expelía ese humor a leche cortada, -golpe, golpe militar, caída, muerte… toque de queda- …fue el eco del único transmisor en la sala, un silencio que rayó lo sacro a lo sepulcral, cuando se escuchó el bombardeo que coronó las últimas palabras del presidente.

El olor a pólvora es seco, amargo y un poco picante, lo curioso es que es la misma sensación que me provocó escuchar al Militar a cargo. Augusto… ¿Augusto, como el paciente del pabellón II?... un psicótico con conductas mesiánicas, no se le ve desde que llegó el nuevo doctor… no lo sé… algo no huele bien… pero que más da:

-¡la locura nunca huele bien!-


[1] Arturo Godoy: boxeador chileno de la década del 40.