jueves, 26 de marzo de 2009

Mía



-¿Te comenté que por teléfono me han confundido con un hombre?... bueno, el amigo de Pablo, no sólo creía que era un hombre, sino que un travesti; como no conseguí convencerlo del error, endulzaba su voz, hasta parecer una mujer medio putona, pero no una cualquiera: La Mía, mi puta.

Había estado casado, de hecho tenía una hija, la Javiera que tenía la misma edad que Andrés, mi hijo; cuando egresó de filosofía en el Peda, se dio cuenta durante la tesis, en esas inagotables noches de estudio, que le calentaban los “compañeritos”, creo que se tiró un par, pero no pudo seguir estudiando, ahí me pierdo en razones, él sólo dijo que no le interesó continuar, que su destino era ser maraca y que eso requería dedicación… a mí que más me da.

Después de toparnos incontables veces al teléfono, en el departamento que compartía con un amigo en común, decidimos conocernos; una vez de frente, no pudo evitar la decepción en su rostro, yo era una mujer, y como tal, tampoco era lo que llamaríamos guapa.

Él vestía sobrio, pantalón negro, un sweater gris y zapatos negros; lucía el cabello sobre los hombros, lacios y evidentemente muy bien cuidados, tenía lentes de marco morado y le gustaba mirar sobre ellos; entre café y café, la conversación se tornó divertida, nos reímos mucho y vagamos por museos del mundo, óperas que conocía magistralmente, se nos hizo tarde y me invitó al departamento en donde me aseguró que no estaba Pablo; abrimos una botella de champagne, de esas que suben rápido a la cabeza, fría y burbujeante, como su risa; bajó las luces y la música se torno suave, se movía lentamente, era un hombre encantador, susurraba algo en francés, sonreía, se acercaba como animal al acecho, debo admitir que estaba cautivada, se acercó hasta respirar mi respiración, mordió el borde de mis labios, una y otra vez, posando suavemente su lengua que buscaba la mía, entre besos y mordiscos nos comenzamos a sulfurar, me tomó los hombros colocándome de rodillas frente a él, le ayudé a desabrochar cinturón y pantalón, y cuando su miembro estaba justo frente a mi boca, giró rápido poniéndose de espaldas y lanzándose en cuatro patas, dejando en su lugar un par de nalgas abiertas, blancas a rosadas, y en medio un orificio tentador, posé tímidamente mi lengua mientras lo escuchaba ronronear, se movía sutilmente hacia delante y hacia atrás, coloqué una de mis uñas suavemente dentro y sentí en su cuerpo un pequeño escalofrío, lo que me incitó a entrar cada vez más esta vez usando mis dedos, ambos nos incendiábamos, hasta que gimió -métemelo- uf, mi creatividad me jugó una mala pasada, quedé fría y en blanco, mi repertorio carnal (lengua, uñas y dedos) se había acabado, pero en un gesto iluminado, como si me leyera, me tendió un “dildo” de proporciones groseras, acaricié su espalda empujándolo adelante y abajo, balanceándolo varias veces, mientras el simulacro de pene africano (por las dimensiones) rozaba sus bordes, lo dejaba entrar egoístamente, lento y suave, sacándolo rápidamente, repetí el ejercicio varias veces, el tenía una risita nerviosa y demandaba una embestida, en ese momento lo coloqué como si fuera yo hasta el fondo, se estiró como en calambre, abrió la boca como para lanzar un grito, sin embargo de su boca nada sonó, me moví fuerte una y otra vez entre sus gemidos y aullidos; él suda, con una mano manejo la extensión de mi miembro artificial y con la otra mano cubro su nariz y boca impidiendo que respire por algunos segundos, se tensa, le quito la mano de la boca, casi sobre él, respiro en su oreja y le digo tiernamente.

–shhh, respira-

Agitado aún, vuelvo a cubrir nariz y boca, esta vez las embestidas son brutales, nuestros sudores son uno, él trata de respirar para morder dulcemente mi mano chupando cada uno de mis dedos hasta estallar.

Sentía en mi sudor el latido de su corazón… tal vez el mío, tardamos unos minutos en desprendernos e incorporarnos, él se arrastró hasta el sillón que estaba justo al frente y tomó una especie de pareo, cubriéndose desde el busto, estiró su mano hasta alcanzar esos cigarrillos café y delgados, encendiendo uno, me dejaba ver sus muslos y me coqueteaba mordiéndose el cabello, tatareaba algo.

Cuando logré incorporarme, más borracha de caliente que de champagne, dijo:

-Yo tenía razón, eres un hombre, lo que pasa es que aún no te bajan los testículos- cuando lo miré, esbozaba una maliciosa sonrisa y con uno de sus dedos indicaba su frente, justo donde posé un beso.

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