jueves, 26 de agosto de 2010

Diagnóstico: MILITAR



“quisiera tener memoria
… para poder olvidar”

Antonin Artaud


El murmullo verdoso invadió otra vez los pabellones del sanatorio, el tono marcial se fundió entre los rumores de las sombras que alguna vez tuvieron nombre… el doctor nuevo tenía apellido alemán, su olor a limpio en el cuerpo, a pino en el cuello y alcohol en las manos, emulaba un mundo fuera de mi mente, ojos celestes como el cielo que aún añoro, alto de estructura espigada; no se dirigía a los pacientes, como si temiera contagiarnos de su lucidez.

Nuestros uniformes ahora verde musgo, algunos con insignias y gorras, fueron el obsequio de los rezagos militares, las enfermeras dijeron que eran más resistentes y abrigadores, que –el compañero Allende”- estaba preocupado por nosotros.

En ese tiempo las rosas en pleno y los árboles frutales ostentosos, pero el aire enrarecido –ya sé… es el manicomio- pero no me refiero a los pacientes, por eso estamos aquí, si no a los de blanco: auxiliares, enfermeras, médicos… ¡los otros!

Yo los separaría según su naturaleza, por su olor, unos eran los cálidos y dulzones, como durazno maduro, pan amasado en saco harinero, o seno sacio de leche; los otros amargos y ácidos, como limón verde, café recién molido, como a trementina y tabaco.

De ahí el recorrido fue dantesco, mujeres añejas que apestaban a sangre coagulada en períodos regulares, como una nube organizada de hedor y rabia; los gritos vertiginosos en mentes abismadas a un yo sin fondo… ni forma; ayer desperté sobre el nogal, le pidieron al “grande”[1], dicen que fue boxeador, por eso está lento, que me bajara, a mi me gusta su olor fermentado, me tomó entre sus brazos uterinos, hasta que fui a dar a la silla que supura orines y excretas quemadas, rancias de pavor y excitación.

El doctor alemán parecía un suspiro mientras se impregnaba de su puro, en el vidrio se dibujó una sonrisa de poder, algunos doctores dejaron ver sus colmillos en mármol, exhibiendo una mueca, como de hienas, pero no hicieron ruido, sólo se miraron cerrando un pacto; la humedad en las mejillas de las enfermeras, se impregnó entre sus piernas que temblaron, algunas dejándose caer, en sus manos se expelía ese humor a leche cortada, -golpe, golpe militar, caída, muerte… toque de queda- …fue el eco del único transmisor en la sala, un silencio que rayó lo sacro a lo sepulcral, cuando se escuchó el bombardeo que coronó las últimas palabras del presidente.

El olor a pólvora es seco, amargo y un poco picante, lo curioso es que es la misma sensación que me provocó escuchar al Militar a cargo. Augusto… ¿Augusto, como el paciente del pabellón II?... un psicótico con conductas mesiánicas, no se le ve desde que llegó el nuevo doctor… no lo sé… algo no huele bien… pero que más da:

-¡la locura nunca huele bien!-


[1] Arturo Godoy: boxeador chileno de la década del 40.

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