miércoles, 30 de septiembre de 2009

¡Confieso que he vivido!



Me gustan los hombres con futuro
…y las mujeres con pasado.

Oscar Wilde

Hay una máxima que tratado de mantener para que mi escenario se extienda y no termine en un sesgado repertorio de errores… al menos he de cambiar los contextos y sus personajes; por eso “me niego a olvidar” y recurro constantemente a un espejo imaginario, uno retrovisor que permita reconocerme ayer.

Me detengo en una esquina obscura… no, no, es peor de lo que imaginas, no hablo de ser punk, feminista, mirista… o fachista, sino parroquiana; en aquellos tiempos[1] oficiaba de “fiel” esposa y soy enfática en este concepto, porque contiene dos aspectos que hoy me dan pudor, por una parte su origen fidelis, que refiere a un acto de fe, por tanto prescinde de los componentes racional y emocional; desde su raíz legal fidelitas-atis mantiene un compromiso unilateral y vertical de esclavo a señor, debo admitir que lo más parecido a un acto de fe, es una íntima esperanza de que “Yo Soy” existe, aunque mi escasa, pero presente vocación de esclava se irrite en pensar que tal vez sea lo único que haga… pero en fin, hoy ese no es el tema.

Ignoro la fecha en que dejé de amar, pero aún padezco la fractura interna que él también escuchó, lo supe por su mirada, cuando aún no terminaba de decir: a-b-o-r-t-o

Si estoy o no de acuerdo con esta ley, tampoco es asunto, sólo doy cuenta que hacia quien había trazado mis actos de fe y lealtad, no era quien yo creí; me hago responsable de mi ceguera afectiva, de mi dependencia social y comodidad mental.

La pérdida de ese hijo, alimentó la rabia, forjando a nuestro imperio en un lugar pequeño y hostil, su presencia me ofendía y yo era cobarde, tal vez aún lo sea; se han vuelto difusos tramos importantes de tiempo.

El dolor era más grande que yo, como si me abortara con mi hijo, recuerdo dos eventos que me obligaron a tomar medicamentos para conciliar el sueño; cuando el pulso me impedía colocar la llave en la cerradura y cuando al tratar de tomar agua, apreté con demasiada fuerza el vaso, quebrándolo y cortando mi mano derecha.

Ni siquiera me quería morir

Subí arbitrariamente las dosis, su piel y la mía apestaban, a sangre coagulada, como si nuestros corazones se hubieran detenido y el resto funcionara por no saber morir y sólo cuando el cansancio aturdía, resignada me tendía, cerraba los ojos y pretendí estar dormida o en otro lugar, mientras él se masturbaba con apatía, con rabia, a veces con dolor, quitaba mis ropas en trámite y me montaba, sin mirar, afirmándose de mis muñecas que se adormecían doloridas… se masturbaba en mi, con un gesto torpe, tal vez accidental rozó mi rostro con su mano y una lágrima lo avergonzó, como descubriéndose desnudo, como si se supiera por primera vez en el daño, en esa cruel idea de posesión.

…debe ser este el peor final para un cuento, y tal vez mucho peor para un recuerdo.

[1] Nótese el acento que consta de un espacio temporal.

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