miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿el otro?



"Quien con monstruos lucha
cuide de convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo,
el abismo también mira dentro de ti."

Friedrich Nietzsche

Tenía la cara hinchada por el llanto, tal vez de pena, tal vez de rabia o simplemente una mala borrachera, ¿qué más da?, por su bien, el de su elegida, el de mi futuro ex marido y el mío, nuestra ¿relación? había terminado ayer, en el momento que su niña se peleaba con otro par de adolescentes el ramo de flores artificiales que lanzaba Dafne.

Me sonreí cuando lo tomé del brazo, justo cuando el novio, también nuestro confidente y mejor coartada nos miraba; nuestro jefe en la radio comunitaria, en donde los tres oficiábamos de locutores, controladores, telefonistas y barrenderos, a quien le tocó golpear la puerta del baño cuando él[1] se acercaba a buscarme o buscarnos para beber ron barato, el mismo que me había sentenciado apestando a vino: -“las perras como tu mueren acuchilladas”-, tal vez temía que estropeara su matrimonio con alguna escenita, tal vez creyó oír con tono irónico: -“felicitaciones”-, cuando en realidad lo que dije fue: -“terminamos”-… como la vez que casi nos pilla, “tu amigo”, manoseándonos en el cuarto de locución y él nos miraba en los controles; “terminamos”, como cuando me acompañaste a comprar su regalo de cumpleaños, llegamos tarde y él me preguntó seriamente si andaba “con otro” y yo riendo le dije que -“no, que era el mismo de siempre”-, de tanto tira y afloja le arrojé su regalo, encarando su falta de confianza, junto a esa maldita habilidad de estropear una bonita sorpresa; “terminamos” como la mañana que me di cuenta que no hacíamos más que follar y no el amor.

Él salió de casa y tu entraste, habías llorado por los dos, no me mirabas a los ojos para no dejar de decir un discursito aprendido en el tercer o cuarto pito, como los niños que tratan de no respirar para no olvidar el poema que les costó memorizar; no te escuché, porque no me interesaba, -“¡bájate los pantalones!”-, me miraste sin entender, mientras con una ceja en alto manteniendo el tono marcial repetí la orden, que ayudé a efectuar, te empujé en el sillón de cuerina palo de rosa, que él eligió contradiciendo toda la estética de la casa, no asentaba con nada… bueno, igual que él, no trataré de entender algo tan irracional como la rabia, como decir que me calentaba y la piel no me contenía …sin embargo me parecía tanto, otra vez a mí, y mientras veía como tus ojos me buscaban en esta mujer que no conocía, yo me reconocía en el reflejo de tus ojos, mientras te montaba, seguías sin entender… y sentí asco, de ese temor, de esa mediocridad, esa impregnada y que se hace tan evidente al follar, y cegada aún entre rabia, el dolor y la excitación en plena culminación, dejé arrastrar mis uñas ajando tu piel en hilos de sangre, que no supiste contener, la perdías a ella y a mí sin entender; besé mordiendo tus labios, corroborando la muerte amarga de una despedida sin pena ni gloria, quité mis piernas de tenaza que aún te contenían, vestido en medio de un pudor casi pueril me miraste de reojo para decir… hice un gesto con la mano, como sacudiendo un mosquito y sin mirarte te pedí que cerraras la puerta… de mi casa, de mi piel y mis recuerdos: -"¡cierra la puerta"-.




[1] Ni siquiera lo nombraré… ni siquiera lo bautizaré como personaje, pero “él” será siempre el futuro ex marido en esta historia.

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